María Paula
Llegamos a las dos de la mañana a la casa donde tenían a mi sobrino. Rodrigo nos esperaba a una cuadra del dichoso lugar donde escondían al niño. Yo quería partir la puerta para rescatarlo. No sé quién será la otra bebita.
—Buena madrugada.
—Hola, Rodrigo. —Se saludaron los hombres.
A él lo distingo más o menos, aunque era un señor de más de treinta y cinco años, a lo mejor ya es cuarentón, pero estaba en muy buena forma. Uno de los cofundadores de la empresa de seguridad donde David era socio capitalista. Tenía más retentiva de Leonardo por ser quienes nos había cuidado.
Tenía entendido que él era el esposo de una muy buena amiga de David que ahora vivía en Grecia. Ellas por muchos años fueron las encargadas de las campañas de publicidad de los hoteles Katsaros.
—Debemos esperar la orden judicial, la cual la trae la policía.
—Yo no voy a esperar.
—Señorita…
—Hay cuatro hombres acuerpados y ¿se aculillan?
—Prima no es eso. —intervino Julián—. Queremos evitar el alejamient