Me quedé mirando a Cristian con el rostro sereno, aunque por dentro hervía. Su sonrisa falsa, esa que en otro tiempo me confundía, ahora solo me daba asco. Se acercó a mí con paso inseguro, el olor a alcohol lo delataba. Me invadió con ese hedor, llenando mis fosas nasales hasta revolverme el estómago. Instintivamente giré el rostro para evitar respirar más de él.
—Te ves tan hermosa. —dijo con voz pastosa, mientras dejaba caer su mano sobre un mechón de mi cabello.
Retiré su mano con suavidad, pero sin disimular mi rechazo. Me aparté de su lado con un paso firme.
—¿Qué quieres, Cristian? —pregunté, sin molestarme en ocultar la molestia que me generaba su presencia.
—Solo quería ver cómo estás. Te noto extraña… ¿Ya no me amas? —preguntó con un puchero que me pareció tan ridículo, que tuve que apretar los labios para no soltar una risa sarcástica.
"Se ve tan patético", pensé.
—Lo mejor es salir. —solté con frialdad, más como una orden que una sugerencia.
Entonces me tomó