La vida que no fue
La vida que no fue
Por: Ariana Fénix
PREFACIO

—¿Luca? ¿Luca, eres tú?

La silueta de un hombre se dibujaba a lo lejos, nítida bajo un sol que no quemaba. Tenía la misma sonrisa. —¿Es posible que después de tantos años la vida me regale la oportunidad de volver a verte?

Amelia corrió hacia él, con el corazón desbocado, reconociendo al hombre que había amado en silencio durante una vida entera. Al tocar su hombro, él se giró. El reconocimiento fue instantáneo. Actuando por puro impulso, la abrazó y la alzó por los aires. La risa de ambos llenó el espacio, una risa joven, libre, que de pronto fue opacada por unas voces lejanas que la llamaban.

—¡Mami! ¡Mamiiii! ¡Despierta!

El sueño feliz se hizo añicos. El abrazo de Luca se desvaneció y el peso de la realidad la aplastó contra el colchón. Su hijo mayor, Memo, la miraba con una preocupación que no correspondía a su edad. —Estás soñando otra vez —le dijo en voz baja—. Te reías muy fuerte.

Amelia le acarició el cabello rizado, un gesto para calmarlo a él, pero sobre todo a sí misma. El corazón le latía con una mezcla de tristeza y pánico. Tristeza por haber perdido a Luca una vez más; pánico por si algún nombre prohibido se le había escapado entre risas.

Ese sueño lo cambió todo. Despertó un sentimiento que Amelia creía muerto y enterrado bajo dos décadas de terapia, ansiolíticos y una resignación silenciosa. Hizo resurgir a Luca en su mente, eclipsando la figura de Noah, el padre paciente de sus cuatro hijos, el hombre que se había quedado a su lado recogiendo las migajas de su afecto.

Porque Amelia guardaba un secreto mucho más profundo que un simple amor perdido. Un secreto forjado años atrás, cuando el lanzamiento de una nueva red social los reconectó. Ella, recién graduada como piloto aviador; él, trabajando en un importante puerto de China. Para darle una oportunidad a ese amor latente, Amelia le ocultó su noviazgo con Noah y, decidida a terminarlo, planeó un reencuentro. Sería una única noche en México, un día antes de volar a China para empezar una vida juntos. Pero en esa noche de pasión robada, un capricho de la naturaleza selló su destino: Amelia ya estaba embarazada de Noah, y en un extraordinario milagro biológico, un segundo óvulo fue fecundado. El resultado fue una consecuencia imborrable, un secreto con dos nombres: Guillermo y Emilio.

Sus cuates. O como ella siempre los llamó, los gemelos. El secreto no se descubriría hasta el nacimiento, cuando Emilio nació mucho más prematuro de lo esperado, tan pequeño y frágil que los médicos sospecharon. La abuela Adelaida, con su furia retrógrada, lo atribuyó a la deshonra, forzándolos a mudarse, a empezar de cero, a callar. Y Amelia, aterrada, guardó silencio junto a los doctores, conviviendo desde entonces con la extraordinaria y aterradora posibilidad de que Noah fuera el padre de uno, y Luca, el amor de su vida, fuera el padre del otro.

Fue un secreto que la obligó a renunciar a sus sueños, a enterrar su identidad y a aferrarse a la mentira de que ambos niños eran de Noah. Una mentira que debía durar hasta el día de su muerte. Los tratamientos psiquiátricos y las décadas de esfuerzo por revertir la depresión solo habían servido para adormecer la herida, nunca para cerrarla. Cerca de los cuarenta, Amelia se había dado por vencida. Había aceptado su destino y, aunque nunca amó a Noah con la devoción que él merecía, intentó darle su lugar como esposo. De ese esfuerzo nacieron dos hijos más: la preciosa Luciana, de diez años, y el pequeño Mateo, de cinco. Ellos eran el ancla a su realidad, la prueba de que había intentado, con todas sus fuerzas, elegir la vida que tenía y no la que le fue arrebatada.

Pero este sueño no solo trajo de vuelta un recuerdo; desató una revelación aterradora. Ahora, al mirar a Emilio, Amelia ya no solo veía a su hijo. Veía los gestos de Luca, reconocía sus rasgos en el rostro adolescente del chico. El miedo, latente durante años, comenzó a crecer dentro de ella al comprender que su secreto tenía vida propia, amenazando con destruir la frágil paz de la vida que nunca quiso.

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