No, no eran para nada gemidos de placer.
Eran más bien gemidos de dolor.
—Luna, ¿qué es lo que te pasa?— Entré de inmediato sin pensarlo, solo para encontrar a Luna inclinada junto a la cama, con una mano colgando hacia el suelo, y su cuerpo empapado en sudor.
Inmediatamente tomé su mano y sentí que estaba helada. Le toqué la frente y, para mi sorpresa, estaba ardiendo de fiebre.
Además, mostraba síntomas de vómito.
Parecía claramente un caso de gastroenteritis.
Que podía llevarla a la deshidratación.
La ayudé a acostarse y comencé a masajearle el abdomen.
Mi técnica de masaje podía ayudar a aliviar el dolor en su vientre/
También ayudaba a acelerar el movimiento intestinal.
Bajo mis manos, los síntomas de Luna finalmente empezaron a mejorar.
Me miró, débilmente, y dijo: —Óscar, gracias... de veras muchas gracias.
Le sequé el sudor de la frente con delicadeza y le pregunté preocupado: —Luna, ¿qué comiste esta noche?
—Bebí un poco de leche fría y comí algo de fruta. No pasó mucho tiemp