Un matrimonio demasiado tranquilo… sin ningún tipo de emociones, curvas, o pasión.
Así era la vida conyugal de Elara.
Ella y su esposo ya habían cruzado el umbral de la mediana edad. Si acaso lograban compartir intimidad una vez al mes, ya era mucho decir.
Y cuando ocurría, era solo como un trámite: él lo hacía por compromiso, sin previo aviso, sin palabras dulces, sin preguntarle si estaba bien o si había sentido algo.
Todo era bastante rutinario, mecánico.
Dentro de Elara, comenzaba a crecer un vacío que no sabía cómo llenarlo.
Quizás por esa razón, cada vez que venía a recibir masajes, terminaba provocándome con esas miradas, con esos comentarios a medias.
Pero todo había sido solo un juego… hasta ahora.
Lo que acababa de ocurrir entre nosotros —fue un repentino, impulsivo, premeditado— había abierto una puerta dentro de ella. Una que ni siquiera sabía que existía.
Su cuerpo parecía haber despertado de un largo letargo, sensible, reactivo, con una energía que la desbordaba.
Era com