Justo cuando Elara iba a soltar un grito, me apresuré a cubrirle la boca con una mano.
—¡Fuiste tú la que entró a mi habitación! ¡Fuiste tú la que me besó primero! —le dije en un tono de voz baja, agitado:— ¡Yo pensaba que estaba soñando! No puedes culparme… y no puedes gritar. Si Patricia llega a oírte y viene hasta este lugar, ¿cómo vamos a explicar esta situación?
Todo me salió de golpe, , casi sin respirar.
No podía creerlo. Yo estaba durmiendo tranquilo. ¿Quién iba a imaginar que esta mujer terminaría metida en mi cama?
Y lo peor de todo es que, en efecto, estaba soñando. En mi sueño, era Luna quien se metía en mi cama, y estábamos juntos, como pareja… lo que hacíamos era algo normal. Pero nunca, ni en el más absurdo de los sueños, imaginé que se trataría de Elara.
La incomodidad era insoportable.
Ella, con rapidez, se acomodó la ropa, furiosa, y me dio dos golpecitos en la mano, exigiendo que la soltara.
Cuando me aseguré de que no iba a gritar, aparté la mano con mucha precaució