Punto de vista de Teresa
Mi mano tembló al alcanzar el pomo de la puerta del despacho de Rafael.
*Solo respira. Solo aguanta esto.*
Llamé dos veces.
«Pasa».
Su voz me recorrió la columna como un escalofrío. La misma voz que dos noches atrás había susurrado mi nombre. La misma que me había dicho que era hermosa. La misma que había jadeado contra mi cuello mientras…
Para. No pienses en eso.
Empujé la puerta y entré. Rafael estaba junto a la ventana, de espaldas a mí, los hombros rígidos bajo su traje caro.
El silencio se alargó, denso y asfixiante.
«¿Querías verme, señor Blanco?»
Se giró despacio. Sus ojos grises encontraron los míos. Y por un instante lo vi todo ahí: dolor, añoranza, arrepentimiento.
Luego desapareció, sustituido por esa máscara fría que tan bien llevaba.
«Cierra la puerta».
El corazón me dio un vuelco. Dudé, luego obedecí. El clic del pestillo sonó imposiblemente fuerte en el silencio del despacho.
Rafael se acercó a su escritorio y se apoyó en él, los brazos cruzados