Punto de vista de Marcos**
No me molesté en llamar.
La asistente de Rafael (Teresa) estaba en su escritorio fuera del despacho, la cabeza inclinada sobre papeles, los hombros hundidos como si cargara con el peso del mundo.
Alzó la vista cuando pasé. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados, como si hubiera llorado hace poco.
Apreté la mandíbula.
Abrí la puerta de Rafael de golpe, sin anuncio, sin cortesía, sin importarme el protocolo.
Él estaba sentado ante su escritorio, pero no trabajaba. Miraba fijamente la pantalla del ordenador, la expresión intensa y concentrada.
En qué, ya lo sabía.
Rodeé el escritorio y miré por encima de su hombro.
Era una transmisión en directo de las cámaras de seguridad: Teresa en su puesto.
«Esto es patético».
Rafael no se movió. Ni siquiera se inmutó al oír mi voz. Siguió mirando la pantalla, observándola como un acosador obsesionado.
«Marcos…»
«No». Golpeé la palma contra su escritorio. «Nada de excusas. Nada de explicaciones. Esto es patético, Rafael».
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