El Poder en Juego

La puerta de la imponente oficina se abrió y Daniel Davis, CEO del Grupo Davis, recibió a Amy, su asistente, quien llevaba el informe tan esperado sobre el Grupo Santos.

—Señor Davis, le traigo el informe solicitado. Como usted predijo, el Grupo Santos está pasando por dificultades. Los clientes se están retirando y nuestro personal se está esforzando por captar nuevos.

Daniel asintió, evaluando la situación con seriedad. Sabía que esta era una oportunidad clave para ganar terreno en la industria.

—Bien. ¿Hay noticias sobre el patriarca?

Amy miró con cierta preocupación antes de responder.

—Según nos informan, fue secuestrado.

El ambiente en la habitación se tensó de inmediato. Daniel sabía que el secuestro del líder del Grupo Santos traería consigo consecuencias impredecibles.

En ese momento, la puerta volvió a abrirse y entró Emily, una joven de gran belleza y presencia imponente. Su rostro reflejaba una combinación de inocencia y autoridad.

—Puedes retirarte, Amy —ordenó Daniel, deseando tener privacidad para esta conversación.

—Sí, señor. Con su permiso, señorita Emily —respondió Amy, retirándose de la oficina.

Emily se acomodó en el lujoso sillón de cuero frente al escritorio de Daniel, su mirada llena de determinación.

—No me mires así. Sabes que este día llegaría —dijo Daniel, tratando de justificar sus acciones.

Emily suspiró, sintiendo la frustración y el peso de las expectativas que recaían sobre ella.

—Sabes muy bien que mi madre quiere que dejes el pasado atrás. Sin embargo, lo que estás haciendo es todo lo contrario.

Daniel miró fijamente a su hijastra, tratando de explicarse.

—Emily, lo hubiera hecho. No obstante, no podía permitir ver cómo ellos...

—No lo menciones. Si quieres ver destruido al Grupo Santos, te ayudaré. Pero después de esto, tienes que darme el control del Grupo Davis. Ya es hora de que te jubiles.

El silencio se apoderó de la habitación mientras ambos se miraban intensamente. Daniel sabía que su posición como CEO del Grupo Davis era solo temporal y que, en última instancia, el control pertenecía a la madre de Emily.

—No tienes que mencionarlo constantemente. Sé muy bien cuál es mi posición —murmuró Daniel, reconociendo su realidad.

Emily decidió cambiar de tema y plantear una pregunta incisiva.

—Dime algo, Daniel. ¿Qué harás con ese vegetal?

Daniel frunció el ceño ante el término utilizado por Emily para referirse al patriarca del Grupo Santos, pero decidió no confrontarla directamente.

—No es algo que deba explicar. Muestra más respeto hacia tus mayores.

Emily arqueó una ceja, desafiante pero manteniendo la compostura.

—Cierto, pero se te olvida que sin mí no hubieras logrado sacarlo de ese hospital, ni rescatar a tu hijo de su destino.

La tensión en la habitación era palpable, ambos conocían los secretos y las complicidades que los unían. Sin embargo, Daniel decidió poner un punto final a la discusión.

—De acuerdo, quieres el Grupo Davis. Ven, tómalo. Pero no se te olvide que cuando yo tomé este grupo, era poco más que unos huesos a punto de caer. Yo los hice recuperarse. El poder que han adquirido se debe a mí.

Emily suspiró, sabiendo que la batalla estaba lejos de terminar. Sin embargo, decidió dejar la oficina de su padrastro, sabiendo que habían expresado sus puntos de vista.

—Tus días están contados, Daniel. O más bien, Dylan Santos. Espero que puedas hacer que tu hijo sobreviva al tormento que le espera —advirtió Emily antes de marcharse.

Mientras Emily abandonaba la oficina, su mente se llenaba de planes y estrategias para proteger a su familia y luchar por lo que consideraba justo.

En tanto, Daniel hizo una llamada a Rogelio, su leal asistente personal.

—¿Cómo van los preparativos? —preguntó Daniel, consciente de la importancia de cada detalle.

—Van según lo planeado. No recordará nada de su pasado, además de tener otro rostro. El médico indica que una vez recuperado, se puede sacar del coma y será una persona diferente —respondió Rogelio con seguridad.

Daniel asintió, confiando en que este plan sería la clave para proteger a su padre y, a su vez, mantener el control de la situación.

—Bien. ¿Emily sabe dónde están? —inquirió Daniel, preocupado por la posibilidad de que su hijastra interfiriera en sus planes.

—No, después de bajarlo del helicóptero, usamos un auto señuelo. Según mis hombres, ella no ha aparecido en la posición del señuelo —informó Rogelio, asegurando la confidencialidad del plan.

—Te encargo la vida de mi padre. Sé que su estado es crítico, pero ver cómo todo lo que construyó se viene abajo sería muy doloroso —comentó Daniel, dejando entrever su profunda preocupación.

—Entiendo, señor. No se preocupe. Está en las mejores manos —aseguró Rogelio, decidido a cumplir su deber y proteger al patriarca.

Mientras tanto, Dylan Santos cargaba con una culpa que no había logrado superar desde aquel fatídico accidente que dejó a su padre en coma. Sentía que, de alguna manera, su ausencia había desencadenado aquel suceso trágico.

Pero, a pesar de todo, Dylan encontraba consuelo en Valentina, su madrastra, quien lo apoyaba incondicionalmente y lo ayudaba a lidiar con sus sentimientos de culpa. Javier, su padre, finalmente despertó después de meses en coma y recuperó sus recuerdos, pero su invalidez persistió. Dylan asumió un papel cada vez más activo en los negocios familiares, y la llegada de su medio hermano, Raúl, desencadenó una dinámica compleja y llena de celos.

Raúl, al percibir que su padre le brindaba más atención y apoyo a Dylan, empezó a urdir un plan para arrebatarle el control del Grupo Santos, sin importar el tiempo que le llevara ni las vidas que debiera sacrificar.

Un día, Raúl contrató a un par de mujeres para que sedujeran a Dylan y lo persuadieran de abordar su nuevo yate, valorado en millones de dólares. Su objetivo era llevarlo mar adentro y asesinarlo en un acto planeado.

Sin embargo, el destino tenía otros planes. Una tormenta imprevista se desató aquel día, llevándose consigo los cuerpos de los tripulantes y sumiéndolos en el mar. Javier cayó en una profunda depresión, y Raúl aprovechó la situación para tomar el control del Grupo Santos, aunque solo de forma temporal, ya que Marcelo, el hijo legítimo de Dylan, era el heredero de derecho.

Javier, agotado por las cargas del pasado, contrató personal para vigilar y supervisar de cerca el trabajo de Raúl. La desconfianza se había arraigado en su relación, y Raúl sentía que era hora de actuar.

Raúl sabía que eliminar a Marcelo era el paso necesario para asegurar su posición de poder en el Grupo Santos, pero también era consciente de que debía planearlo meticulosamente para no ser descubierto por su padre, como había ocurrido con Dylan.

El juego del poder estaba en marcha, y cada uno de los personajes debía enfrentar sus demonios internos para alcanzar sus objetivos, sin importar las consecuencias que esto acarreara.

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