Mi vista se enfocó lentamente en la mesita al lado de la cama. La habitación estaba apenas iluminada por la tenue luz que provenía de la lámpara de noche, y aquella penumbra le daba al espacio un aire casi irreal, como si estuviera atrapada en un sueño del que todavía no terminaba de despertar.
No había ningún tipo de sonido a mi alrededor. El silencio era tan absoluto que podía escuchar el leve zumbido de la electricidad recorriendo la lámpara y el propio latido de mi corazón, que aún golpeaba con fuerza dentro de mi pecho. Todavía me sentía aturdida, como si mi mente flotara en un mar espeso. Los recuerdos venían y se iban de mi cabeza en oleadas, como una avalancha descontrolada que me arrastraba sin darme respiro.
Lo extraño era que, pese a no reconocer por completo el lugar, no me sentía asustada. Muy dentro de mí sabía que estaba protegida, como si alguien hubiera tejido un manto invisible a mi alrededor para mantenerme a salvo.
Y entonces, como un eco lejano, el recuerdo de Luc