93. Aturdidos
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Jazmín no supo cómo logró llegar a casa. Los recuerdos eran borrosos, como si su mente se hubiera apagado en automático después de ver a Nathaniel marcharse esposado. Cuando abrió los ojos, ya estaba allí… de pie en la entrada, con las manos frías y la ropa arrugada.
Leonardo la recibió. Su pequeño estaba descalzo, con su pijama de dinosaurios arrugada y los rizos despeinados por la siesta. Aun así, su rostro mostraba una preocupación demasiado grande para alguien tan pequeño.
—¿Estás bien, mami? —preguntó, frunciendo el ceño, inseguro.
Ella forzó una sonrisa, de esas que se hacen con los labios, pero no con el alma.
—Estoy bien, pequeño… solo me duele un poco la cabeza.
Leonardo la tomó de la mano con suavidad y la guió hacia el salón.
—Siéntate aquí —le dijo, como si fuera él el adulto—. Te voy a traer agua caliente para que te sientas mejor.
Corrió hacia la cocina con los pies deslizándose por el suelo, y entonces Jazmín notó la presencia de Rose. Sentada en el sillón junto a la