La estrategia de Astrid

Cuando salimos de la sala del Consejo, mi corazón todavía seguía latiendo con desesperación. No podía creer lo que había hecho. Llegué a una de sus reuniones sin avisar, y lo peor era que me habían presentado como su Luna. Ese debía ser un acto solemne, especial, inolvidable… y por mis impulsos y mi evidente curiosidad, se había convertido en algo improvisado, casi ridículo. Me sentía torpe, culpable, y esperaba no haber avergonzado a Enzo. Él, por supuesto, se dio cuenta de inmediato.

—¿Qué sucede, pequeña? ¿Por qué esa carita tan triste?

Lo miré con los ojos llenos de pesar.

—Lo eché todo a perder, mi alfa… discúlpame. No debí seguirte.

Me dedicó una sonrisa cálida, tranquilizadora. Su mirada tenía esa ternura que me desarmaba.

—En efecto, señorita… no debiste seguirme —dijo con un tono travieso—, pero ya está hecho. Y como te diste cuenta, todos te recibieron de la mejor manera. Así que ya cambia esa carita… y mejor dame un beso.

—Ay, Enzo… ya me imagino lo que deben estar pensando
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