El templo sagrado no era lo que había imaginado. No era un edificio solemne de piedra gris y ventanales enormes. Era más bien un conjunto de construcciones elegantes, abiertas, rodeadas de jardines y fuentes, como si la misma Luna hubiera decidido crear un refugio para su elegida en medio de la naturaleza.
Me sentí más tranquila apenas crucé el umbral. La energía allí era distinta… suave, serena, poderosa, pero sin imponerse. Dorian me dejó a cargo de las sacerdotisas lunares, mujeres de todas las edades con miradas amables y a la vez sabias. Ellas sabían quién era yo sin que tuviera que decir una palabra. Me llamaban “bendecida”, “heredera del resplandor”, “la elegida de la Luna”.
—¿Y ahora qué sigue? —pregunté esa noche mientras me colocaban un vestido blanco vaporoso que olía a flores recién recogidas.
—Preparar tu cuerpo, tu mente y tu alma —me respondió la sacerdotisa mayor, una mujer de cabellos trenzados que se presentó como Sayra—. El poder que llevas no puede liberarse sin eq