El teléfono de Valeria seguía sonando sin respuesta.

Mateo paseaba por la sala, mirando su reloj una y otra vez. "No es propio de ella", les dijo a los hombres que lo rodeaban. "Ya habría llamado".

Uno de ellos asintió. "Estamos revisando todo".

"Dense prisa", espetó Mateo. "Si algo le pasa..."

Por fin llegó la llamada.

La encontraron en un camino rural detrás de las fincas, medio escondida entre la maleza, donde apenas llegaban las farolas. Los hombres de Mateo la trajeron envuelta en una manta, con el rostro demacrado y furioso. Uno de ellos llamó; otro marcó el número de la ambulancia. Cuando los paramédicos la subieron a la ambulancia, estaba pálida, apenas coherente, con una mancha de sangre en la blusa. Nadie habló mientras el vehículo se alejaba con un chirrido.

En el hospital, la sala de urgencias era todo luces nítidas y movimiento eficiente. Las enfermeras le arrebataron a Valeria de los brazos a Mateo con preguntas cortantes y ensayadas. Mateo la siguió con la voz ronca. ¿Q