Leonardo rió suavemente, acercando su silla a la de ella. "Me gusta el misterio", murmuró. "Pero me gusta aún más la confianza".
Valeria lo miró fijamente a los ojos. "Entonces me amarás".
Eso le conmovió. No estaba acostumbrado a que las mujeres se acercaran con tanta fuerza. La mayoría tartamudeaba en su presencia, ahogadas por los nervios. ¿Pero Valeria? Era fuego: peligrosa, impredecible y dispuesta a arder solo para dejar huella.
Se inclinó más cerca, casi tocándola. "Dime", dijo en voz baja, "¿qué quieres exactamente de mí?".
Valeria sonrió con suficiencia. "¿No es obvio? Quiero tu atención".
"Ya la tienes".
"Quiero tu deseo".
"Lo tuviste desde el momento en que entraste".
"Y...", susurró, lamiéndose los labios lentamente, "...quiero tu confianza".
La expresión de Leonardo cambió; seguía intrigada, pero ahora más aguda. ¿Mi confianza? No es fácil de conseguir.
Valeria se inclinó hasta que sus rostros quedaron a centímetros de distancia. "No necesito facilidades".
La respiración