Déjalos creer que han ganado.
Una sola lágrima resbaló por la mejilla de Emilia en el instante en que la puerta se cerró con un clic y sus pasos se perdieron en el zumbido fluorescente del pasillo. Sentir algo estaba mal cuando todo su ser le gritaba que se hiciera más pequeña, que se plegara a la forma pulcra y vergonzosa que habían intentado imponerle. Pero la lágrima era real, cálida contra la frialdad de la sábana que cubría su rostro.
Permaneció inmóvil, respirando con dificultad, dejando que la sábana se adhiriera al contorno de su pecho, deseando que el mundo aceptara el silencio que representaba. Fingir. Ser convincente. Hacerles creer que todo había terminado.
Las manos de Mateo eran firmes mientras observaba a Isla y Leonardo marcharse con la cabeza gacha teatralmente, el dolor fingido ya instalado en su andar. Había sembrado la idea de llamar a Leonardo no porque confiara en su conciencia, sino porque quería ver, por sí mismo, cuán fríos y seguros estaban ambos. Esperaba crueldad. No esperaba la clase d