80

El odio es un combustible eficiente, pero quema rápido.

Horas después de que Thomas saliera de la habitación, Matilde sentía que se había consumido hasta quedar en los huesos. La adrenalina de la confrontación se había evaporado, dejando paso a un dolor físico agudo en las articulaciones y una sed que le raspaba la garganta.

Sin embargo, su mente estaba más clara que nunca.

La máscara se había ido. La "prometida", la "Señorita Bennett", la espía seductora... todas esas pieles muertas se habían desprendido. Solo quedaba Matilde. La niña huérfana. La sobreviviente. Y si iba a morir en esa habitación forrada de terciopelo, lo haría con su propio nombre en los labios.

La cerradura giró.

Thomas entró. Esta vez no traía comida. Traía una silla.

La colocó al lado de la cama, se sentó y la miró. No dijo nada. Simplemente esperó, con las manos entrelazadas sobre el regazo, como un terapeuta esperando que el paciente comience a hablar, o un espectador esperando que empiece la función.

El silenc
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