El descenso por la gran escalera principal fue una alucinación.
La música de un cuarteto de cuerdas flotaba en el aire, una melodía clásica y dulce que se enredaba en los arreglos florales y subía hacia el techo abovedado. Abajo, en el gran vestíbulo que conducía al jardín de invierno, una marea de rostros se giró hacia ella. Cientos de ojos. Socios, políticos, celebridades locales. Todos testigos de la coronación de la nueva reina del imperio Davenport.
Chloe descendió escalón por escalón, su mano aferrada a la barandilla de mármol con tanta fuerza que sus nudillos brillaban blancos bajo la luz de las arañas. El vestido pesaba una tonelada, arrastrándose detrás de ella con un susurro de seda que sonaba como una advertencia constante.
Corre, corre, corre.
El jefe de seguridad caminaba dos pasos detrás de ella, una sombra silenciosa y armada.
Al llegar al rellano, la vista se aclaró. Vio el pasillo que llevaba al altar improvisado en el jardín. Vio las filas de sillas doradas. Y al fin