92. Exmarido enloquecido

Medea sintió un ardor insoportable en el rostro. Con esfuerzo, fue abriendo los ojos, intentando enfocar lo que había a su alrededor. Una débil línea de sol se filtraba por la rendija de una tabla desconchada y le golpeaba directamente la mejilla. Se incorporó con un leve estremecimiento y fue entonces cuando lo notó: estaba atada a una silla.

El trance se rompió de golpe. Su respiración se agitó mientras miraba con pavor cada rincón de aquel lugar. Era una cabaña vieja, cubierta de polvo y con rastros de haber sido devorada por las llamas: cenizas dispersas y maderas carbonizadas daban fe de ello. Sus muñecas estaban sujetas a la espalda y también tenía los tobillos firmemente amarrados. Intentó pedir ayuda, pero una cinta áspera le sellaba los labios.

«Elian…» pensó de inmediato. Solo él sería capaz de algo así. ¿A dónde demonios la había llevado?

El chirrido de unas llantas frenando en el exterior la hizo contener la respiración. Voces se colaron desde afuera. Reconoció la de Elian
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