70. Poniéndola en su lugar
—Listo, señora —anunció Salomón, dirigiéndose a Medea, quien asintió con serenidad mientras sorbía una taza de té.
—¿Averiguaste a qué se dedica?
—Sí. Está vendiendo sustancias —informó el hombre con seriedad—. Forman parte de una red. Les entregan cierta cantidad y ellos se encargan de distribuirla en los barrios bajos.
—Así que ese era su secreto… —murmuró Medea, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios—. ¿Y las cartas anónimas?
—Todo marcha según lo planeado. Para ahora, esa mujer debe estar al borde de la locura. Creo que ha llegado el momento de pasar a la siguiente fase.
—Sabes lo que tienes que hacer.
Salomón se retiró tras acatar la orden. Medea esbozó una sonrisa complacida. En apenas dos días, había comenzado a sembrar cizaña en el matrimonio de la madre de Saphira, y lo estaba haciendo con maestría.
Además, había descubierto que ese tal Norman, desesperado por conseguir dinero, no solo estaba involucrado en negocios turbios como la venta de sustancias ilegales, sino q