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Capítulo: Al borde del abismo

Alicia sonrió con esa mueca retorcida que Paula había aprendido a temer.

—¡Oh, vamos! —dijo mientras se acercaba, moviéndose con elegancia cruel—. Quita ese gesto de tonta, que me mata… Solo me dan más ganas de destruirte.

Paula tenía el rostro empapado en lágrimas. No era solo tristeza, era incredulidad, desgarro, rabia contenida.

Su voz salió quebrada, como si se le rompiera el pecho al hablar.

—No puede ser… tú eras mi amiga… —murmuró—. ¡Mi mejor amiga! ¿Cómo… cómo pudiste?

Alicia rio, una carcajada vacía que le caló hasta los huesos.

Y entonces rio Felicia. La mujer a la que Paula había llamado "tía" durante toda su infancia. La amiga íntima de su madre. La que le regalaba dulces y le acariciaba el cabello como si la quisiera cuando era niña.

Felicia también sonreía. Pero su sonrisa era aún peor. Más amarga. Más despiadada.

—Ay, niña… —dijo con tono burlón, como si hablara con una criatura ingenua—. ¿De verdad no lo ves? Esto no es una traición… es justicia. Justicia para mí.

—¡¿Por qué?! —gritó Paula con la voz quebrada, un alarido salido del fondo de su alma—. ¡¿Por qué hacen esto?! ¡¿Por qué ustedes…?!

Felicia soltó una risa grave, y Alicia se unió a ella como en una sinfonía macabra. Parecían disfrutar cada segundo del dolor que le provocaban.

—¿Por qué? —repitió Felicia—. Qué pregunta tan estúpida. ¿De verdad pensaste que ibas a quedarte con todo, así nada más? ¿Con la casa, con el nombre, con la fortuna? He sido amante de tu padre desde hace diez años. ¿De verdad creíste que me iba a quedar con las manos vacías mientras tú lo heredabas todo?

Paula la miró como si estuviera viendo a un demonio disfrazado de mujer.

—¡Esa fortuna es mía! —gritó—. ¡Mi madre era la dueña de todo! ¡Eso me pertenece! ¡A mí, no a ustedes!

—Tu madre —dijo Felicia con un suspiro sarcástico—. Esa estúpida confiada. Sí, ella era la dueña de todo… hasta que yo la maté.

El mundo de Paula se detuvo. Su corazón dio un vuelco tan fuerte que sintió un pinchazo en el pecho.

—¿Qué… qué dijiste?

—Escuchaste bien. Yo le di el veneno. Lentamente, sin prisa. La vi retorcerse de dolor y aun así fingí estar a su lado. Tú llorabas, tu padre rezaba, y yo… yo celebraba.

Paula no pudo retroceder, no atada a esa silla, intentaba atacar a esa mujer, era imposible.

El aire parecía haberse vuelto denso, venenoso, irrespirable.

—Eres un monstruo… —susurró, sintiendo el alma salírsele por la boca.

—Y tú eres un obstáculo —replicó Felicia, acercándose aún más—. Hoy vas a morir, Paula. Y nadie va a llorarte. Tu padre cree que eres una infiel, una decepción. ¿Crees que no fue casualidad que se casara conmigo tan rápido? Él siempre pensó que tu madre era una cualquiera. Ahora cree lo mismo de ti. Y tu marido… él ya te odia. Y pronto se quedará con mi hija. Pronto se casarán. Lo ves… todo encaja. Tú eres la única que sobra en esta historia.

Paula no podía hablar. Su cuerpo temblaba. Pero su rabia era más fuerte.

—¡Felicia, maldita seas! ¡Te juro que voy a destruirte!

Felicia rio con una malicia antigua.

—Te veo en el infierno, niña. Por cierto… dale saludos a tu madre.

Y se fue. Se fue con esa risa que no dejaba de retumbar en los oídos de Paula.

Pero no estaba sola. Alicia aún estaba ahí, inmóvil, como una sombra que no se disipaba.

—Y tú… —murmuró Paula con voz rota—. Tú eras mi hermana de la vida. Dormiste en mi casa, comiste con mis padres. ¿Cómo pudiste hacerme esto?

Alicia la miró sin piedad.

—Lo siento, amiga… pero siempre lo amé. A tu esposo. Desde el primer momento en que lo vi. Si tú no te hubieras cruzado en su camino, si no hubieras sido tan perfecta, él me habría amado a mí. ¡Era mío! ¡Siempre lo fue!

—Estás enferma…

—No, solo herida. Pero ahora… ahora que todos creen que fuiste infiel, que huiste con otro, tu imagen está destruida. ¡Y cuando tú desaparezcas, yo estaré ahí para consolar a Javier! Haré que él me ame. Seremos felices. Tú serás un recuerdo vago… un error. Nada.

Paula la miró con una mezcla de dolor, lástima y rabia.

—Nunca vas a ser feliz con él. —Levantó la cabeza, digna, pese a todo—. Porque cada vez que lo beses, cada vez que le digas “te amo”, él pensará en mí. Él me ama, Alicia. Y lo sabes. Fui la única. Y aunque me borres del mundo… nunca vas a borrarme de su corazón. Seré un fantasma. Uno que te perseguirá hasta el último día de tu vida.

Alicia la miró un momento en silencio… y luego sonrió.

—Los fantasmas ya no hablan, querida.

Y se fue, dejando a Paula sola, rodeada de traición, de muerte, de un amor roto y un mundo desmoronado.

Pero Paula, entre sollozos, juró en silencio que si salía viva… haría que cada una de ellas pagara por su dolor.

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