Mundo ficciónIniciar sesiónNarrado por Myra
El muro es más grande de lo que jamás imaginé. Una muralla de piedra gris, viva, respirando, como si guardara los secretos de siglos enteros. A su alrededor, el bosque está tan silencioso que casi parece contener la respiración. Estoy frente a él. Yo. La nueva “Selara”. No tengo el valor de ver mi reflejo en ningún lado, pero lo siento. La postura altiva que Selara me obligó a practicar. El cabello perfectamente peinado. La ropa que jamás hubiera podido comprar. El aroma que ella imprimió en mi piel con un ritual extraño que aún me causa escalofríos. Ya no soy Myra Hayes. No por fuera. Solo por dentro, donde todavía tiemblo como una niña. El lunar en mi espalda arde. No como una quemadura superficial. No. Es un ardor interno, profundo, como si algo del otro lado tirara de mí… o me reconociera. Pero nadie lo sabe. Es mi secreto. Mi miedo. —Respira —dice Selara, impaciente—. Es normal sentirte así. Miento con la cabeza. Nada de esto es normal. —Vamos a repasar el plan —insiste. —Ya lo sé —respondo, más firme de lo que me siento. En las últimas veinticuatro horas, Selara me llenó de información: cómo camina, cómo mira, cómo habla, cuándo calla, por qué jamás pide permiso, por qué nunca debe mostrarse vulnerable. No confíes en nadie. No sonrías tanto. No muestres emociones humanas. Nadie puede saber que eres una impostora. El Alfa odia las debilidades. Y tú… eres todas las debilidades juntas. Lo repetí tantas veces que siento que las palabras se tatuaron en mi mente. —Repítelo —ordena ella. Cierro los ojos un segundo. —Soy Selara Gray. Luna del Alfa. No debo inclinarme ante nadie. No debo ceder terreno. No debo dudar. Nadie puede tocarme sin permiso. Nadie puede cuestionarme. Selara asiente, satisfecha. —Bien. Al menos no eres completamente inútil. Antes de cruzar, la miro. —Selara… ¿Por qué no quieres regresar? Si eres la Luna… ¿No es algo parecido a ser una reina? Ella ríe con amargura. —Un castillo no te salva de ser infeliz. —Su tono es cortante—. Estar casada con el Alfa no es un sueño… es una condena. Él no escucha. No siente. No se preocupa. Te hace saber que no importas. Ni siquiera como adorno. Un escalofrío me recorre. No lo conozco, pero empiezo a odiarlo. Ella me toma de la muñeca. —Vamos. Cruza. Termina con esto. Me empuja suavemente, y el aire cambia cuando doy el primer paso. Más puro. Más frío. Más real. Cruzo el muro. El mundo lican es… distinto. El bosque es más verde, más vivo. El sonido de las hojas es más nítido. Hasta el viento parece tener fuerza propia. Por un instante, me permito admirarlo. Por un instante, olvido el miedo. Pero dura poco. Un ruido. Pisadas rápidas. Voces gruesas. Sombra tras sombra. Me doy la vuelta, el corazón en la garganta. Entre los árboles aparecen doce hombres. Altos. Musculosos. Olor a bosque y poder. Armas de metal oscuro colgando de sus cinturones. Corren listos para atacar… hasta que me ven. De inmediato se detienen de golpe. Sus ojos se agrandan. Sus expresiones cambian. Y uno dice con un tono sorprendido: —Es… la Luna. Se inclinan, no de forma exagerada… sino con respeto automático, casi militar. —Bienvenida de regreso —dice el que parece más cercano, bajando la cabeza. Mis manos tiemblan. No soy su Luna. No soy nada. Pero debo fingirlo. —Llévenme al castillo —digo, tratando de imitar la voz fría de Selara. Mi tono tiembla. Agrego un “por favor”. Y los hombres se miran entre sí, confundidos por un segundo. Selara jamás dice “por favor”. Pero no tienen tiempo de cuestionarlo. Porque en ese momento aparece alguien más. Un hombre. El capitán. Y es… increíblemente guapo. De una manera que me deja sin aire. Alto. Porte firme. Cabello oscuro. Ojos atentos, inteligentes. Una presencia que se nota desde lejos. Me observa como si analizara cada parte de mí. ¿Acaso él era el Alfa? —Luna —dice con un saludo respetuoso pero moderno, nada teatral—. Avisaré al Alfa. Debe saber que has regresado. Mi corazón cae en picada. No es él. Van a llamar al Alfa. A Eryon. El hombre frío, distante, egocéntrico del que Selara me habló con tanto desprecio. El capitán apreta un pequeño dispositivo en su muñeca, parecido a un comunicador. —Confirmen al Alfa. La Luna está aquí —dice. Y cuelga. Mis manos sudan. Mi pulso late como un tambor. Los hombres hacen un círculo protector alrededor de mí, como si fuera un protocolo. Y entonces lo oigo. Pasos pesados. Pasos grandes. Pasos que suenan como si un gigante caminara entre los árboles. El aire se vuelve más denso. Más frío. Más cargado. Cierro los ojos, temblando. Un último paso truena contra la tierra y un aliento cálido golpea mi rostro. Abro los ojos. Y lo veo. Eryon Hale. El Alfa Rey. Un hombre tan perfecto que parece salido de una fantasía. Cabello negro desordenado. Ojos azul oscuro con destellos plateados. Mandíbula marcada. Cuerpo ancho, fuerte, dominante. Una presencia que paraliza. Él me mira. Sin emoción. Sin suavidad. Sin dudas. —Selara —dice con voz profunda, moderna, cortante—. Ya era hora de que volvieras. Su tono es tan frío que me corta el aire. —Transfórmate —ordena de inmediato—. Caminaremos como debe ser. Mi estómago se voltea. No puedo transformarme. No soy loba. No soy nada. —Estoy cansada —digo, repitiendo lo que Selara me enseñó—. Prefiero no transformarme. Eryon me mira con una mezcla de sospecha y molestia. Los guardias contienen el aire. Él respira hondo. —Muy bien —dice, cruzándose de brazos—. Si tú no te transformas, entonces lo haré yo. Y tú irás sobre mi lomo. Mi corazón pega un salto brutal. ¿Subirme encima de él? ¿Encima del Alfa? Eryon da un paso atrás. Y justo frente a mí… se transforma. No con dramatismo ni efectos de cuento. Sino con brutalidad pura. Su cuerpo vibra. Sus huesos crujen. Su piel se expande. En segundos, ya no hay un hombre. Hay un lobo. Un lobo enorme. Blanco como la nieve. Majestuoso. Inmenso. Sus ojos, ahora totalmente plateados, me atraviesan. Mi lunar arde. Un pinchazo pequeño, insignificante… pero presente. Solo yo lo siento. Hace un rugido como gesto para que suba a su lomo. Trago saliva. Pongo la mano sobre su lomo suave, demasiado suave, y me subo torpemente. Él no espera. Corre. Casi vuela. El bosque se convierte en viento. El mundo humano queda atrás. Me aferro a él con fuerza, sintiendo que el corazón se me sale. Estoy en territorio lican. Estoy sobre el Alfa. Selara lo dijo. Si lo intento… moriré. Me escondo contra el lomo del lobo blanco. Y así comienza mi vida como la Luna sustituta del Alfa Rey






