Rose despertó con la luz del sol brillando a través de cortinas desconocidas, su cuerpo dolía de formas que eran nuevas, no desagradables pero insistentes, recordatorios de la noche anterior escritos en sus músculos, su piel, los lugares sensibles entre sus muslos.
Por un momento no recordó dónde estaba, luego volvió en pedazos, el apartamento de Richmond, sus manos en su cuerpo, la forma en que la había mirado como si fuera algo precioso, algo por lo que valía la pena romper sus propias reglas.
Giró la cabeza, él no estaba a su lado, las sábanas de su lado estaban frías, se había ido hace rato, el pánico parpadeó, breve y agudo, el miedo irracional de que se hubiera ido, de que la noche anterior había sido un error del que ya se estaba arrepintiendo.
Entonces lo escuchó, movimiento en la cocina, el suave tintineo de cerámica sobre mármol, el olor a café flotando a través de la puerta abierta.
Se sentó lentamente, la sábana cayendo, miró hacia abajo a sí misma, a las marcas en sus cad