Calor dichoso

Richmond dejó efectivo sobre la mesa, más que suficiente para cubrir la cuenta y la interrupción, salieron a la noche, el aire se había vuelto más frío, la lluvia prometida más cerca ahora.

Su auto esperaba donde lo había dejado, le abrió la puerta, esperó hasta que ella estuvo adentro antes de cerrarla, gentil y cuidadoso, se deslizó en el asiento del conductor, encendió el motor, pero no condujo, solo se quedó ahí, manos en el volante.

Se volvió para mirarla, sus ojos oscuros y escrutadores, "¿Él no estaba equivocado, siempre te he deseado?"

Su mano se extendió a través del espacio entre ellos, tomó su rostro, el pulgar rozando su pómulo, "he estado con otras mujeres," dijo, voz áspera, "viste a una de ellas, ha habido otras, demasiadas para contar, pero fueron," buscó la palabra, "distracciones, maneras de sentir algo que no fuera vacío."

"¿Y yo?" preguntó ella.

"Tú no eres una distracción, Rose," sus ojos sostuvieron los de ella, "tú eres aquello de lo que no puedo distraerme."

Su
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