Ya habían pasado dos días de absoluto silencio. La normalidad se asentó con demasiada naturalidad, casi como si fuera cosa de costumbre. Entre hacer sus turnos y revisar la prisión, todo de manera mecánica y sencilla.
No hubo ni tiempo para detenerse. O eso fue hasta que la luz del sol de la mañana iluminó su rostro; entonces desvió la mirada por la ventana de su puesto de control y cámaras.
En medio de los grandes muros de la prisión se podían ver animales jugando, empujándose, con sus barrigas llenas de plumas rojizas. Ahora que lo recuerda, pronto empezaría la migración de aves a Rusia, y aquellos que una vez emprendieron su viaje al dejar el nido volverían una vez más a la tierra que los vio nacer.
Su mirada, llena de anhelo, con sus labios resecos y pálidos, temblaron por un segundo.
Risas y susurros a su alrededor.
—¿Interesado en los gansos de pecho rojo? Son bastante raros en Rusia. Los cuervos tienden a robarse sus crías —dijo Ivanoc, acercándose y hablando con total naturali