La niebla de la mañana se ha asentado nuevamente, demasiado tranquila para significar paz. Serena podía sentir las miradas a su espalda como pinchazos en la piel, pero nadie se atrevía siquiera a dedicarle la palabra. Era como una fuerza sin nombre que la cubría, volviéndola invisible y, a la vez, dejándola expuesta.
Se acercó a la mesa tomando su alimento; nadie la chocó ni la tocó, más allá de un ligero asentimiento.
Es extenuante.
¿Acaso cambió una prisión por otra? Su vida como Serena nunca fue tranquila; entre asesinatos, aprender los deberes de ser la esposa del Capo italiano y soportar las humillaciones de Adrianno… al final, lo habría aceptado todo. Tal vez. Pero las lágrimas que derramó, el sacrificio de dar su vida y su cuerpo… solo fueron monedas de cambio.
Nunca confiaron realmente en ella. En realidad, el Capo siempre estuvo interesado en cederle el trabajo sucio, entrenando más bien a un arma que a un ser humano.
Debe ser por eso que al Capo no le importó su destino.