La brisa invernal está a punto de desaparecer, silbando al filtrarse entre los barrotes de la cárcel rusa. Nada y mucho se sabía de tal lugar, aparte de los largos inviernos y la necesidad de esconder la escoria humana. Los olvidados de Dios, que, inocentes o culpables, son ahora el mal recuerdo en la mente de sus ciudadanos.
Odiados, despechados, tan solo renegados. Pero más allá de los simples criminales, quien se esconde detrás, es un mal necesario para la hipócrita sociedad, y tiene nombre y apellido. Una organización que se oculta en las sombras, como un cáncer. La mafia. Entre la fina línea entre la ley y la corrupción. Es también quien vio crecer a el unico heredero que no se dejo doblegar. Esa mañana la luz del sol besa el rostro de una mujer inconsciente y maltrecha, una mujer que viste ropas masculinas. Tiene los ojos fuertemente cerrados mientras descansa sobre la camilla de una enfermería desordenada; la brisa fresca roza ligeramente su rostro lechoso, haciendo que sus cejas se frunzan con molestia. Justo en ese momento, unos ojos color turquesa se abren, mientras sus párpados, como abanicos, parpadean con confusión. Su garganta está sedienta. Sed... Tanta sed. Lo segundo que siente es un ligero dolor de cabeza, seguido de una sensación de vacío. Todo permanece en silencio, pero por dentro se siente como una hoja en blanco lanzada al abismo. ¿Dónde...? ¿Quién es ella? En ese momento, siente algo incómodo que parece estarla lastimando. Abre el puño cerrado y ve un papel con una simple orden: "Asesina a Alexei Volkov. Te quedan dos días." ¿Ase...si...nar? ¿Dos días? Fue un minuto o dos, no lo sabia, pero su mente entro en un caos total. En ese momento ella se dio una cachetada que la dejo aturdida y con estrellas en sus ojos. Quería entender, incluso sacar sentido, pero esas palabras en ese papel se sentían impersonales. Sin sentido o alguna conexión con su realidad. Debe ser un error... —Ahh. Por más que lo intenta, no tiene sentido. Su cuerpo se siente caliente y pegajoso, además de dolorido. ¿Por qué duele? Entonces, la puerta de la enfermería se abre bruscamente y entran varios hombres, junto con un señor con bata y una enfermera. Ella toma el papel y lo esconde rápidamente entre sus ropas. —Guardia Bolka, ¿cómo se encuentra? —pregunta un hombre que parece tener el rango más alto, al menos por su tono de voz. ¿Por qué debería estar ella mal? Ese tal "Guardia Bolka"... suena feo... y ¡¡Aghh!! Su cabeza duele. ¿Su nombre? Ella es... Tamara... "Ese es mi nombre". El agua cálida de la identidad se apodera por un segundo de su alma y le da algo de tranquilidad. No dura mucho; al contrario. Quiere hablar, pero su voz está seca. —Tos. Entonces sucede. Dolor. Imágenes borrosas y sucesos que no comprende, pero que le resultan familiares. Es como intentar ver con las gafas de un hombre de ochenta años; es imposible. Se muerde el labio interior con nerviosismo y se obliga a controlar su expresión. Puede ver las armas sobre los hombres, sentir el desagrado en sus miradas, y eso es suficiente para ponerla en alerta. Por más que quiere confiar, no lo hace, pues ella está asustada. Son policías rusos... No, erróneo: guardias. Algunos. Dos son policías y los demás visten trajes más oscuros, doblemente equipados. Observa el uniforme de quien le habla y encuentra una insignia con el nombre del lugar: "Cárcel Rusa Butyka" y el nombre del propio: "Director Frederik Gusev". —¿Sabe quién lo golpeó? —pregunta Frederik. ¿Golpear? ¿Esa es la razón por la que siente punzadas en la parte baja de la cabeza? No hace falta ser demasiado inteligente para entender que ha sufrido una pérdida de memoria debido a un golpe. No es médica, pero el conocimiento común está ahí. Esto debe ser temporal... o eso espera. Niega con la cabeza. Frederik ojea al chico delgado y pequeño. Su figura es la de un joven mal alimentado; demasiado femenino para su gusto. Cabello negro corto y ojos claros y vacilantes. Es un chico lindo que podría evocar en otros el deseo de protegerlo, lo que le desagrada. —Está pálido. ¿No necesita una revisión más profunda? Parece que no está en buenas condiciones —cuestiona el director al hombre con bata. Tamara lee su nombre en la bata: "Doctor Dimitri Turbin". El Dr. Dimitri revisa los resultados realizados en ella y niega con la cabeza. —No hay coágulos ni otras complicaciones importantes. Debería estar bien —dice el doctor, observando los documentos en su mano—. Señor Bolka, es normal que sienta un dolor fuerte en la cabeza. Sin embargo, ¿hay algo más que decir? Ella hace lo mejor que puede por esbozar una sonrisa profesional y asiente. Apenas abre la boca para hablar, se siente extraño—No me siento diferente, aparte del dolor de cabeza. ¿Su voz? ¿Esa es su voz? Suena grave y masculina. Por un segundo, se siente sucia, como si su cuerpo no le perteneciera. Siente incontables hormigas trepando por su piel, generándole ansiedad. Quiere salir, así que observa su alrededor por un instante. Se entristece al ver barrotes. ¿Está en la cárcel? No, no es posible. La llamaron "Guardia". ¿Es ella una guardia de esa prisión rusa? Su pregunta no tarda en ser respondida. El doctor continúa: —No hay problemas físicos, así que si se recupera, puede volver al trabajo mañana. Es una simple contusión. El doctor no levanta la mirada mientras habla, sabiendo bien el resultado de no mantener la línea. La cárcel Butyka es una de las más famosas de Rusia, y no precisamente por ser recta y transparente. A ese lugar solo llega la peor escoria del país: criminales peligrosos, espías y traidores. No está de más recordar que, desde la Unión Soviética hasta la actualidad, los muros de esa prisión han visto más muerte y degradación que el mismo infierno. No obstante, Butyka no solo es un lugar donde enjaulan animales abandonados por la sociedad. Es historia y cultura, un sitio que ha visto crecer y morir a incontables patriotas. Se vive como un ruso... con los labios cerrados. Bajo el velo del Pakhan, el hombre más poderoso de Rusia, el jefe de la organización: La Bratva. Los pensamientos de Frederik se dirigen a la oveja lanzada directamente al matadero. Él ha sido transferido hace una semana por recomendación de personas muy bien conectadas, por lo cual no hace demasiadas preguntas. El chico no tiene ni veinticinco años, es de pocas palabras y extrañamente tranquilo para su edad. Nunca llama la atención ni busca relacionarse con sus compañeros. Lo habría despedido para evitarse problemas, de no ser porque su posición en la prisión está bajo la lupa de la presión social. El Gobernador y otros enemigos están ansiosos por su propio puesto, por lo que aceptar ciertos favores es lo que lo mantiene dentro. —¿Me llamó? —La voz gruesa de un hombre grande llama la atención de los presentes. Alto como un tronco, parece tener más de treinta años. Su presencia es abrumadora; hace que los demás guardias den un paso atrás, mientras se inclina ante su jefe y le susurra unas palabras. Tamara se sorprende. El recién llegado tiene ojos rayados y misteriosos, delineados como si hubieran sido cuidadosamente pintados. Es un zorro. Un zorro en versión humana. La tensión se congela en la habitación desde que Lucio entra. Parece más el jefe que el propio Frederik, lo cual resulta inquietante. Lucio Rigov se siente extraño ante la observación casi obsesiva del joven, pero aun así le dedica un asentimiento. ¿Qué le sucede esa mañana? Su temperamento por lo general es agresivo e introvertido. Él pensativo, les dedica una breve mirada a los demás presentes. No pasan ni unos segundos cuando estos responden y se marchan por donde entraron, incluso los policías que están observando. —Descansa, mañana vuelves a tus funciones —dice Lucio. La advertencia no pasa desapercibida para los presentes, en especial para Tamara, ya que sus palabras van dirigidas exactamente a ella. Pronto la dejan sola. Ella, de inmediato, busca deshacerse de la nota que tiene en las manos, como si fuera algo malo, puede que lo sea. Su cuerpo parece estar temblando; la sensación de pérdida y tristeza se aferra a su alma. Entonces mira por los grandes muros hacia el cielo oscuro. No ve ni un ave que ahogue la soledad... Es una noche fria y solitaria. ¿Será el sentimiento de un bebe al nacer en un mundo que no entiende? Se sienta y pasa su dedos por su cabello, con la ansiedad creciente en su abdomen. Pasan unos minutos... unos muy largos. —¡Demonios! El frio me esta matando. —Lo se. Necesito un cafe... Hasta que... murmullos risueños... Se oyen sonidos afuera de la enfermería. Tamara se da cuenta de que la puerta de salida está entreabierta. Se levanta y camina hacia esta. Es extrañamente fácil; su cuerpo es ligero y flexible. No escucha ninguno de sus propios pasos hasta llegar a la puerta. —Ya quiero que sea media noche ¿Quién sube? —pregunta un guardia que pasa por la enfermería. Tamara se acerca, curiosa. Otro responde: —No estoy seguro, pero las expectativas por ese alguien son bastante altas... —risa—. El jefe organizó al perro rabioso del 777 para que se presente esta noche —gruñe mientras suelta una bocanada de humo opaco por la boca—. Habrá un buen espectáculo. ¿Espectáculo? Imágenes de hombres peleando en una jaula... Sangre... Tanta sangre. Sin perder más tiempo, se acerca a los documentos que dejó el doctor y aprende algunos datos nuevos. Es un guardia recién ingresado a la cárcel como oficial de menor rango, tiene veinte años, es huérfano y no presenta enfermedades preexistentes. Por último, su nombre es Luka Bolka. Se toca ligeramente los labios y una gota de sangre se mescla con una lagrima salada, ella en una sonrisa la remueve sobre la comisura de sus labios resecos. ¿Qué debería hacer? ¿Exponerse y morir... o vivir caminando a la muerte?