Capitulo 2

—Tienes suerte de que la enfermería no tenga cámaras —la voz de un hombre se desliza por el cuello de Tamara como una serpiente—. O podríamos atrapar a ratones curiosos, ¿no lo crees?

Tamara se da la vuelta y, para su sorpresa, la viva imagen de su superior está a tan solo unos pasos de distancia; cómo llega tan cerca sin que lo note que la deja paralizada. Su corazon empieza a latir mas rapido por segundo, y en ese punto puede escucharlo en los oidos como un tambor. No le soprenderia que pudiera escucharlo.

Pero mas inquietante, es como sus manos comienzan a temblar. Como voces susurrantes gritando en su oido, todas intangibles pero oscuras, y suenan ¿Racionales?, es como si hacerlo fuera natural.

Él, sin decir palabra, le arrebata los documentos médicos de las frías manos, sin siquiera preguntar, y les echa un vistazo delante de ella. En los labios del hombre se dibuja un indicio de sonrisa. Alto y elegante, con una forma de hablar pausada y sin emociones. Sus ojos son tan profundos y oscuros que provocan miedo. En ellos no hay nada más que vacío.

—¿Hay algo aquí que no sepas de antemano? Después de todo, es tu informe —expresa Lucio, levantando una ceja.

Ella baja la cabeza y, como un guardia cualquiera, responde

—Señor, disculpe mi falta de respeto. Solo quiero saber si hay algún problema que me impida cumplir con mis funciones.

Lucio deja ir una sonrisa enigmática mientras golpea la cabeza de Tamara con el informe.

Una.

Dos veces.

"¿Qué demonios quiere?"

Sabe que su interés no es coqueto ni sexual; primero, porque es un hombre, y segundo, porque es solo una guardia más. Aun así, eso no elimina la incomodidad de esa cercanía no deseada.

Probablemente se trate de aburrimiento.

—¿Es tu trabajo pensar? —pregunta Lucio con frialdad, lo que la atraviesa como un cuchillo al estómago.

Lucio Rigov la observa como si supiera todo sobre ella con solo mirarla, deseoso de explotar cada uno de sus secretos, buscando dejarla expuesta y tan desnuda.

Ella niega con la cabeza y aparta la mirada. La burla de Lucio no es una broma.

—Me equivoque —dice ella.

El sarcasmo gotea en la voz de Lucio—. ¿Cómo podría culparte? El guardia Bolkov es muy dedicado a su trabajo. Por supuesto, lo entiendo.

Tamara hace una reverencia, ignorando su provocación. Por más que solo quiera salir de allí.

No importa cuánto quiera esconderse, debe ser servil.

—Señor, lo que solicitó —otro guardia entra, sosteniendo un uniforme perfectamente planchado. Tamara, por supuesto, sabe a quién pertenece.

Lucio le entrega personalmente la ropa.

—Pensaba traer tus pertenencias y volver... Pero —la observa fijamente mientras se acerca— tal vez deba acompañarte y evitar que te pierdas.

Tamara no muestra expresión de negación.

—Señor, el doctor no me ha dado de alta. ¿No debería quedarme? —pregunta Tamara con voz neutra y sumisa.

Él gira levemente la cabeza.

—Yo te veo lo suficientemente bien. Además, la enfermería no cuenta con baño para el personal.

Ella comete otro error.

—Señor —replica, pero Lucio no la escucha. Se gira y camina hacia la puerta.

El silencio es irritante; sin embargo, Tamara aprovecha para repasar mentalmente cada lugar por el que pasan. Pronto llegan a la entrada y Lucio dirige el rostro a la cámara para que, segundos después, la puerta se abra automáticamente.

Los patios son lo primero que Tamara ve, junto a la fortaleza inviolable. No solo es enorme y llena de concreto, alambre y púas en las puntas; es una fortaleza francamente atemorizante.

Tamara sostiene su ropa y su carnet de seguridad con las manos apretadas.

Llegan hasta un pequeño edificio, un lugar designado especialmente para la Guardia. No es lujoso, pero tampoco desagradable. Hay una pequeña taberna, y en el centro una mesa de billar y sillas donde los guardias en descanso charlan.

Al fondo se encuentra un ascensor.

Piso dos.

—¿No vas a abrir? —pregunta Lucio al llegar a la habitación asignada a Tamara, o mejor dicho, al guardia Luka Bolka.

Los guardias observan la situación desde atrás, aunque la mayoría no presta atención al comportamiento de su segundo al mando; el hombre es demasiado impredecible.

Tal vez el chico sea su siguiente juguete.

Sea lo que sea, nadie se entromete.

Algo que se debe saber de Lucio Rigov es que no ha llegado a esa posición por suerte o dinero; incluso sus méritos aún se comentan salvajemente en los pasillos, y nadie se atreve a decir lo contrario.

Pero, ¿no son así los rusos? Se hace lo que se tiene que hacer. Limpio y sencillo.

—¿Señor Bolka? —vuelve a preguntar Lucio, esta vez con una ligera coerción en la voz.

Su nivel de estres esta subiendo a niveles inrreconocibles, no sabe qué hacer ni cómo abrir la puerta. El peligro y sus reacciones al filo de su garganta, es tan solido que no se atreve a dudar. Suspira aliviada; gracias a los cielos, no tiene que pensar, su cuerpo simplemente actúa, como si supiera lo que hace incluso si su mente no lo entiende.

La puerta se abre.

Lucio observa cada uno de sus movimientos, como si se divirtiera.

—Estoy haciendo perder el tiempo del Señor... Una disculpa —se excusa ella disfrazada con una ligera reverencia.

Lucio no pierde la sonrisa.

—Nunca eres tan formal, señor Bolka. ¿Acaso tu corazón ha cambiado?

El palpitar de su cabeza esta alcanzando niveles que simplemente quiere callar y el temblor en su mano lejos de detenerse parece peor.

¿Son tan cercanos?

Una risa leve.

—Es una broma. ¿No deberías conocer bien mi carácter, señor Bolka?

Lucio abre ligeramente más los ojos, unos que tornan aterradores. instintivamente quiere retroceder, pues es evidente que la oscuridad del hombre brilla en cada poro de su piel palida.

La risa de Lucio alivia rápidamente la tensión en el lugar, pero de alguna manera, ella no se siente bien o tranquila. Su superior, con ojos de zorro, recupera su expresión calma e inanimada, como si nada hubiera pasado, como si esa mirada aterradora solo fuera un espejismo.

Ella entra y rápidamente cierra la puerta al escuchar que se alejan.

No sabe cuánto tiempo pasa ni cuánto tiempo permanece con la cabeza apoyada en la puerta; incluso el dolor en su cuerpo se reduce a un solo sentimiento ahogado por la desesperación.

Pero el peor sentimiento es sus ganas de vomitar.

Tok tok

El sonido en su puerta la hace volver.

—Un momento —dice Tamara, intentando recobrar la compostura.

Observa la habitación y nota que no hay cámaras. Tiene un vestidor y un baño personal. En realidad, resulta decepcionante. No hay nada que denote identidad; podría ser la habitación de cualquier guardia en su primer día.

La única diferencia, tal vez, es un pequeño encendedor con forma de conejo debajo de la cama.

¿Qué significa?

Se quita la ropa sucia y ve que debajo del traje lleva unas incómodas bandas de tela protectora. Tamara se relaja: al menos, no se ha equivocado y definitivamente es una mujer.

Lo que la deja con una pregunta: ¿sabrá el médico que es mujer? Ella niega con la cabeza; si lo supiera, probablemente el resultado sería diferente. Puede que tenga la mente en blanco, pero sabe que esta prisión es uno de los lugares más sangrientos y sucios bajo cualquier Estado.

Desaparecer una persona no es difícil.

Se termina de arreglar y abre la puerta.

Delante de ella se encuentra un joven con una expresión de reconocimiento y evidente preocupación. Ojos café oscuro, cabello largo recogido en un moño desordenado. Lleva la chaqueta bien colocada sobre los hombros y un gorro para el frío, igual al de ella.

El hombre es fornido y grande, y aun así le extiende la mano.

¿Pastillas?

Él señala la cabeza de Tamara.

—Son para el dolor.

Con esas palabras, el hombre da media vuelta dispuesto a irse, pero ella no quiere perder la oportunidad de acercarse a alguien que pueda ayudarla a entender su situación.

Se adelanta y lo detiene.

—Te acompaño.

Él niega.

—Se dieron órdenes de que esta noche estarás en descanso... Además, hay un evento. Es mejor que te quedes.

Ella no se rinde y lo sigue a su habitación. Mientras saca su tarjeta de identificación y cierra la puerta, logra leer su nombre: "Ivanoc".

Al parecer, son vecinos.

Tamara intenta entablar conversación.

—Si me quedo, no creo que pueda dormir. ¿No sería mejor tener una mano extra? —pregunta a tientas.

Ivanoc levanta las cejas.

—Pensé que odiabas hacer guardia en la noche... En especial estas noches —recalca.

Eso significa que, al parecer, ese evento es importante, y pronto todo cobra sentido. Las imágenes que vio hace un rato vuelven a atormentarla. La sangre y ese terrible hedor a muerte y depravación.

Sus náuseas empeoran y, aun así, necesita confirmarlo.

Con aire jovial, Tamara recalca:

—¿Qué puedo decir? Una experiencia cercana a la muerte cambia tu mentalidad.

Ivanoc no se niega ni intenta convencerla. Solo se encoge de hombros.

—Eres nuevo y nunca has querido participar, pero Luka, solo haz tu trabajo sin curiosidad. Me acompañarás como apoyo en las puertas traseras —dice Ivanoc, ignorando a sus compañeros borrachos que caminan junto a ellos.

Tamara apenas registra las palabras, pues nota que nadie se acerca a ellos; solo uno o dos preguntan por su condición.

¿No va ella a esos lugares? ¿Por qué? Cada vez es más difícil entender quién es. ¿No debería estar cerca si fuera una asesina? O tal vez el nombre en ese papel no pertenece a ninguno de los involucrados.

Ivanoc sigue hablando.

—Quédate detrás de mí.

—Sí.

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