La ciudad continuaba su curso frenético, pero Isabela sentía cómo el peso de sus decisiones caía sobre sus hombros. La oficina estaba iluminada solo por el brillo pálido de la lámpara sobre su escritorio, y las sombras se alargaban, formando figuras casi amenazantes en las paredes. La lucha interna que la había acompañado en los últimos días parecía cobrar mayor intensidad. El silencio en la oficina era casi abrumador, interrumpido únicamente por el suave sonido de las teclas de su ordenador mientras revisaba una vez más los informes que su equipo le había entregado. Sin embargo, su mente no podía concentrarse completamente en ellos.
Clara había desaparecido, y con ella, la estabilidad que Isabela pensaba que había conseguido. La joven había sido su proyecto, su mano derecha, la pieza clave para el siguiente paso en su plan. Y ahora, ella estaba fuera de su control. Aunque Clara siempre había sido astuta, algo en su fuga le hacía pensar que había más en juego que una simple traición.