El viento nocturno le golpeó el rostro mientras Sofía corría por las calles oscuras de la ciudad. La adrenalina seguía corriendo por sus venas, pero no podía dejar que la euforia de la huida la cegara. Sabía que estaba siendo perseguida, y que si no encontraba una forma de ocultarse o de planear su próximo movimiento, todo habría sido en vano. Helena había dado la orden, y la rapidez con la que los hombres de Felipe habían reaccionado le mostraba lo bien que ella había preparado cada paso de su jugada. Era una maestra de la manipulación, y Sofía lo sabía ahora más que nunca.
A medida que se adentraba en las calles más oscuras de la ciudad, las luces de los faroles parpadeaban como si también temieran la oscuridad que la rodeaba. Cada sombra parecía moverse con vida propia, como si estuvieran al acecho. Los edificios altos, cuyas fachadas ya estaban envejecidas, se alineaban a lo largo del camino como siluetas grises que solo añadían tensión al ambiente.
Sofía no se detuvo ni un segund