La mañana siguiente llegó con un aire pesado, casi denso, como si la ciudad misma estuviera esperando algo. Clara aún sentía la adrenalina del día anterior, la incertidumbre que la rodeaba y, a la vez, la emoción de saber que estaba dando los pasos correctos, aunque peligrosos. La conversación en el consejo no había sido lo que esperaba, pero al menos había puesto las cartas sobre la mesa. Sabía que algunos de los miembros ya estaban tomando nota, buscando información adicional, y eso solo significaba una cosa: el control comenzaba a escurrirse de entre sus dedos.
Salió temprano, sin rumbo fijo, pero con la determinación de que necesitaba hacer más. La clave para desmantelar todo lo que había descubierto, para liberar a la ciudad de las redes invisibles que la mantenían prisionera, no estaba en el consejo, ni en la empresa, ni siquiera en su familia. La clave residía en algo mucho más antiguo, algo relacionado con los pactos firmados, con las traiciones de antaño y con el poder que se