El helicóptero surcaba los cielos, alejándose del complejo como una sombra que se desvanecía en la niebla. Leo, exhausto, recostado en el asiento, no podía dejar de pensar en las implicaciones de lo que había hecho. El peso de los datos que llevaba con él era más grande que cualquier tesoro. Sabía que había cruzado una línea de no retorno y que ahora el mundo entero pondría su mirada sobre él. Pero lo que más lo inquietaba no eran las consecuencias de su misión, sino la creciente sensación de que alguien más estaba moviendo las piezas de este ajedrez sin que él lo supiera.
Sofía, a través de su dispositivo de comunicación, seguía al tanto de todo. Su voz se colaba por los auriculares con la tranquilidad de alguien que sabe lo que hace, pero Leo sabía que dentro de esa calma había una tormenta a punto de estallar.
-Leo, ¿cómo te sientes? -Su voz era clara y directa, sin espacio para preguntas innecesarias.
-He conseguido lo que me pediste, Sofía -respondió Leo, todavía con la respiraci