El sudor caía por la frente de Leo mientras sus pasos resonaban en la oscuridad de los túneles. El eco de su respiración era lo único que rompía el silencio tenso que lo rodeaba. Los pasillos subterráneos, fríos y claustrofóbicos, lo habían absorbido por completo. Sabía que no tenía mucho tiempo. Si no llegaba al punto de extracción antes de que los refuerzos llegaran, no solo perdería la misión, sino que su vida también estaría en grave peligro. Los datos que había recuperado eran demasiado valiosos, y el simple hecho de poseerlos lo convertía en un objetivo.
Con cada paso, los murmullos de las voces de sus perseguidores se volvían más cercanos, más audibles. Podía escuchar sus botas chocando contra el cemento, sus conversaciones rápidas, sus órdenes en tono urgente. No lo habían perdido de vista, pero Leo sabía que, a diferencia de sus perseguidores, él tenía un as bajo la manga: los túneles.
A pesar de que el aire estaba viciado, denso, como si llevara años sin ser renovado, Leo co