Clara observó a las tres figuras que habían entrado al almacén. La tensión en el aire era palpable, y la incertidumbre sobre si podía confiar en ellos o no comenzó a apoderarse de su mente. Sofía se adelantó sin vacilar, su postura imponente y segura de sí misma. Era evidente que ella no veía ninguna amenaza en aquellos desconocidos, pero Clara no compartía su confianza.
Los tres hombres que se presentaban ante ellas no eran figuras comunes. Eran individuos de aspecto intimidante, con miradas que no traían promesas de amistades, sino que reflejaban ambición y, sobre todo, cautela. Nadie llegaba a ser quien era en ese mundo sin tener algo oscuro que ocultar.
Uno de los hombres, el de mayor estatura, con una cicatriz que le cruzaba la mejilla derecha, se acercó a Sofía. No dijo palabra alguna, pero sus ojos hablaban más que cualquier conversación. Sofía le dedicó una leve sonrisa y asintió con la cabeza, como si lo conociera de toda la vida. Clara no podía evitar preguntarse cuántos sec