El sonido de la lluvia golpeando suavemente las ventanas del penthouse de Isabela marcaba el tono de la noche. La ciudad estaba tranquila, pero la mente de Isabela estaba lejos de la calma. La reunión de esta noche había sido más que un simple evento social, más que una cena de gala entre dos grandes rivales. Había sido el primer paso de una batalla que comenzaba a desvelar sus verdaderas dimensiones.
Desde el evento, Isabela no había dejado de pensar en Natalia Ferrer. Había algo en ella que la desconcertaba: su audacia, su capacidad para jugar con la tensión, esa facilidad para llamar la atención sin necesidad de forzar su presencia. Isabela no podía evitar sentir que, de alguna manera, su presencia no solo representaba una amenaza profesional, sino que también había algo mucho más profundo en juego. Algo que podía poner en riesgo más que su imperio.
A la mañana siguiente, Isabela se encontraba sentada en su oficina, rodeada de papeles y documentos, con la vista fija en las luces de