Te cuidaré siempre.
JOSH MEDICCI
La sala aún olía a pólvora y sangre cuando me di cuenta de que el hombro me ardía como si tuviera un hierro al rojo incrustado. No era la primera vez que me disparaban, pero el sonido ahogado de Marie al verme la manga empapada me dolió más que la bala.
—Tranquila, mi pequeña tormenta —le dije, intentando que mi voz sonara despreocupada—. No moriré… es solo un rasguño.
—¡Un rasguño! —me gritó con los ojos vidriosos—. ¡Estás sangrando como si te hubieran abierto en dos!
Sonreí. No porque fuera gracioso, sino porque necesitaba verla un poco menos asustada.
—He tenido cortes de afeitada peores… bueno, casi.
Me pasó el brazo por la cintura y, aunque yo podía caminar, me dejó claro que no aceptaría un “puedo solo” como respuesta. Me llevó, casi empujándome, por el pasillo hasta mi habitación. La puerta se cerró de golpe tras nosotros.
—Siéntate ahí —ordenó, señalando la cama.
Obedecí, no por la herida, sino porque cuando Marie usaba ese tono, cualquiera obedecía. Ella se agach