ADELINE DE FILIPI
La casa de Ella tenía ese aire inconfundible: telas colgadas por todas partes, maniquíes a medio vestir y un aroma dulce a flores mezclado con perfume caro. Era como entrar en un desfile en plena construcción. Apenas pusimos un pie en la sala, su voz chillona resonó desde algún rincón:
—¡Por fin! ¡Mis bebés vinieron a ver a su tía favorita!
Antes de que pudiéramos responder, apareció corriendo como un torbellino de colores. Con los brazos extendidos, nos abrazó a todas al mismo tiempo, empezando por mí.
—¡Addy, mi amor, estás cada día más hermosa! Y tú, Anny, idéntica a tu madre, ¡qué espectáculo!
Lucien se aclaró la garganta con ironía, pero con una sonrisa en los labios.
—¿Y a nosotros no nos piensas saludar, tía?
Ella le lanzó un beso al aire y luego abrazó a Silvano de improviso.
—Sí, sí, Lucien, Silvano, también los amo… ¡pero entiendan que mis niñas son primero!
Nos arrastró al salón principal donde tía Moira nos esperaba sentada con la elegancia de siempre, un