Mi muñequita de porcelana.
LUCCA MORETTI
Apenas la vi en el hall, al lado de Kate, sentí que volvía a respirar. El aire me llenó los pulmones de golpe, como si hubiera estado ahogándome desde el momento en que subí a ese avión con Bastien en medio de la noche. Nuestro viaje fue de urgencia, un movimiento frío y calculado, pero sin ella… cada kilómetro se sintió como una condena.
Mi último beso antes de irme había sido largo, sí, pero insuficiente. No hay despedida suficiente cuando se trata de mi Ara. La extrañaba como se extraña el aire, como se extraña el pulso.
No lo pensé: crucé el hall en dos pasos y la levanté entre mis brazos. Su peso me llenó de una calma brutal, como si la guerra que teníamos encima quedara fuera de ese instante. La besé con todo lo que había guardado estos días, sin querer bajarla, sin querer soltarla nunca.
Después de que conociera al pobre diablo que se enamoró de Marie, la volví a besar, esta vez más suave.
—Vamos a tu habitación, mi amor —murmuré contra sus labios—. Debes estar ca