BASTIEN DE FILIPPI – MILÁN
El hangar olía a combustible y metal. El aire se sentía espeso, un presagio de muerte.
Apenas el avión aterrizó, caminé hacia donde debería estar el auto de Lucien. Y ahí estaba.
La puerta se abrió. Lucien bajó, con Adeline en brazos, y mi corazón se apretó. Su mirada estaba cargada con una tristeza enorme. Mi muchacho… el niño que vi crecer, el hijo de mi mejor amigo caminaba diferente. Una oscuridad se había instalado dentro de él. Ya no era el niño que corría hacia nosotros, ni el que me robaba chocolates para dárselos a mi princesa.
Ahora llevaba a mi princesa en brazos como si fuera de cristal. La protegía como si fuera su propia vida. Su rostro estaba manchado de sangre seca… pero sus ojos… sus ojos estaban rotos.
Me acerqué. No dije nada. Extendí los brazos. Él vaciló solo un segundo. Luego, la entregó. Lucca estaba a mi lado, mirándolo. Sabía, igual que yo, que nuestro muchacho había cambiado.
Tenía a mi hija en brazos. Débil. Dormida. Ajena a toda l