ADELINE DE FILIPPI
La luz ya bañaba la habitación cuando me estiré entre las sábanas y me di cuenta de que estaba sola.
Por un instante, mi corazón dio un vuelco. Pero entonces, el olor a café recién hecho y pan tostado me envolvió, seguido por el sonido inconfundible de música suave… y de alguien cantando bajito.
Sonreí. Me levanté me puse su camisa que estaba en el suelo y caminé descalza hasta la puerta, y me detuve en el umbral de la cocina.
Lucien estaba de espaldas, descalzo también, con su pantalón gris suelto y sin camisa. Tenía el cabello revuelto, y su espalda fuerte se movía al ritmo de la música, lo podía notar concentrado, mientras revolvía algo en una sartén. Tarareaba una canción italiana que no reconocía, y por un segundo, solo lo observé.
Ese era el hombre que amaba.
No el Moretti poderoso, no el CEO, no el mafioso que todos temían. Solo Lucien, el que cantaba bajito mientras cocinaba para mí, el que me abrazaba como si fuera frágil y me miraba como si fuera fuego, él