La cena comenzó en medio de un silencio incómodo. Los cubiertos apenas rozaban los platos. El aroma del risotto con azafrán llenaba el aire, pero el ambiente estaba cargado de palabras no dichas.
Chiara comía en silencio, midiendo cada gesto, cada mirada. Adriano, por su parte, se mostraba completamente tranquilo. Su copa de vino giraba entre sus dedos, su voz interrumpía el silencio solo para hacer algún comentario cortante o sarcástico hacia su hermano menor o Fabiana. Jugaba con la tensión como si fuera un juego de ajedrez. Era el dueño de la mesa. De la casa. De todos. Chiara lo miró en silencio, intentando ocultar el torbellino en su pecho. Y, sin darse cuenta, sus ojos se suavizaron. Esa mirada… no pasó desapercibida. Giulia, sentada al otro extremo de la mesa, alzó apenas la vista y la observó. Por un instante, su rostro se tensó. Era la misma expresión. La misma que Martina usaba para mirar a Adriano cuando creía que nadie los veía. Una mirada dulce, silenciosa, protectora. Una promesa muda de que estaría a su lado… incluso cuando el mundo se volviera en su contra. El parecido físico ya había sido impactante, pero esa expresión… fue como ver a una muerta regresar del más allá. Fabiana lo notó también. Su mano tembló ligeramente sobre el cuchillo. Frunció los labios y desvió la vista. Chiara no solo se parecía a Martina. La estaba reemplazando. Sin saberlo… o peor aún, quizá sí lo sabía. —Dime, Chiara —interrumpió Giulia de pronto, con tono medido—, ¿has tenido oportunidad de conocer bien esta casa? Tu madre solía visitarla cuando eras niña… ¿la recuerdas? Chiara se sorprendió por la pregunta. Por un segundo creyó detectar una intención oculta… pero la voz de la madre de Adriano no era hostil. Solo… expectante. —La recuerdo poco, señora Giulia —respondió con respeto—. Solo los pasillos. Las escaleras… me parecían enormes en ese entonces. Giulia asintió con una sonrisa discreta. —Martina también decía eso. La primera vez que cruzó esta casa, dijo que parecía un palacio… demasiado frío. El nombre flotó en el aire como una maldición. Martina. Adriano dejó de mover su copa. Fabiana apretó la mandíbula. Chiara sintió que algo invisible se tensaba en el aire, como una cuerda que estaba a punto de romperse. No sabía si debía hablar… o quedarse callada. —No intento reemplazarla… —dijo en voz baja, pero firme, como si leyera los pensamientos de todos—. Sé que ella fue importante. Y siempre lo será. Giulia la observó fijamente, sin decir nada. Por un instante pareció ver más allá de la joven sentada frente a ella. Más allá de las ropas, de las circunstancias. Tal vez, solo por un segundo, vio a su nuera muerta… y a una muchacha dispuesta a proteger al mismo hombre que alguna vez amó. Adriano tomó la palabra. —No se trata de reemplazos, Chiara. Nadie sustituye a nadie. Martina fue parte del pasado. Tú eres el presente. Y el futuro, pensó, sin decirlo. Adriano la miró entonces con atención. Y por primera vez desde que ella cruzó el umbral de su casa… algo en él se suavizó. Chiara no lo notó, pero sus ojos, los suyos, no eran solo iguales a los de Martina. Eran más decididos. Donde Martina lo miraba con dulzura, Chiara lo miraba con determinación. Como si no solo estuviera dispuesta a amarlo… sino a protegerlo. A cuidarlo. A enfrentarse al mundo por él. Fabiana se levantó de la mesa con brusquedad. —Disculpen. No tengo hambre —anunció, y sin esperar respuesta, abandonó el comedor con pasos apresurados. Adalberto la siguió con la mirada, pero no se movió. Giulia se limitó a beber de su copa. Chiara bajó la vista, sintiéndose, otra vez, una sombra. Pero Adriano no dejó de mirarla. No por su parecido con Martina. Sino porque, en ese momento, vio en Chiara algo que no esperaba: carácter. No era una niña rota. Era una mujer en construcción. Y ahora, suya. La cena continuó sin Fabiana, y aunque la ausencia trajo un breve alivio, el ambiente seguía tenso, como si la sombra de Martina aún caminara entre los muros de la casa. Chiara se mantenía en silencio. Masticaba con lentitud, tratando de ignorar cómo cada gesto suyo era observado, sopesado. Los cubiertos rozaban la porcelana en un ritmo casi ritual. Adalberto evitaba mirarla directamente, pero no podía disimular el estremecimiento cada vez que ella giraba el rostro de cierto modo. La curva de su mejilla, la forma en que parpadeaba… era como ver a una muerta viva. —¿Te encuentras bien, Chiara? —preguntó Giulia, su voz más maternal que antes, aunque envuelta en un extraño matiz de nostalgia. —Sí, señora. Solo… me cuesta creer que esté aquí. Todo se siente irreal. Giulia asintió lentamente. —Las casas antiguas tienen esa cualidad. Guardan ecos de las personas que las habitaron. A veces… incluso sus intenciones. Adriano no apartó la vista de Chiara. Su copa, ahora vacía, descansaba junto a su plato sin tocar. Chiara levantó la vista justo cuando él la observaba. Y hubo un segundo. Un instante suspendido. Su mirada se cruzó con la de él, y por primera vez, ella no bajó los ojos. Adriano entrecerró los suyos. No había miedo en la joven. No en ese momento. Había fuerza. Una templanza inesperada. —Me gustaría llevarte al estudio después de la cena —dijo de pronto—. Quiero mostrarte algo. Chiara sintió un leve sobresalto en el pecho, pero asintió. —Claro. La cena terminó poco después. Giulia se despidió con una reverencia suave y elegante, mientras Adalberto simplemente murmuró un “buenas noches” sin levantar la vista. Chiara se quedó en su sitio, esperando que Adriano se levantara primero. Cuando lo hizo, le ofreció el brazo como un caballero, sin mirarla directamente. —Ven. Cruzaron los pasillos en silencio. Las luces eran tenues, los pisos de mármol resonaban con el eco de sus pasos. Llegaron al estudio. Adriano abrió la puerta y encendió una lámpara de escritorio. El cuarto olía a cuero viejo, whisky añejo y secretos. Chiara entró con paso tímido. Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros antiguos, reliquias familiares, y retratos enmarcados. Uno de ellos, sobre una repisa alta, le heló la sangre. Martina. Era como ver su propio reflejo. —Te pareces demasiado a ella —dijo Adriano, detrás de ella, con voz baja—. La primera vez que te vi, hace solo unas semanas, creí que estaba soñando. Chiara no sabía qué responder. —¿La amabas? —preguntó, sin pensarlo. Su voz tembló, pero no se echó atrás. —Con todo lo que era. —Su respuesta fue inmediata. Cruda. Sin máscara. Adriano se acercó. Ella podía sentir el calor de su cuerpo detrás de ella, el peso invisible de su presencia. —Pero murió. Y se la llevó una parte de mí… hasta que te vi. Chiara giró lentamente para enfrentarlo. Estaba demasiado cerca. Podía ver la tensión en su mandíbula, el dolor escondido bajo la superficie. —Yo no soy ella. —Lo sé —respondió él—. Pero no puedo evitar sentir que me fue devuelta… en ti. Ella sostuvo su mirada. —No me devolvieron a Martina. —Su voz se endureció, apenas un matiz—. Me tienes a mí. Y eso será suficiente… si sabes cuidarlo. Por primera vez, Adriano pareció desarmarse un poco. Una grieta en la coraza. No por amor. Sino por reconocimiento. Ella hablaba como alguien que no se rendiría fácilmente. Él asintió. —Tienes razón. —Pausó—. No vuelvas a usar esa ropa para la cena. Chiara frunció el ceño. —¿Una orden? —Una petición. Por ahora. Ella asintió lentamente. —Por ahora, entonces. Un silencio denso cayó sobre ellos. Él dio un paso atrás y caminó hacia una vitrina de madera oscura. Tomó una llave de plata que colgaba de un gancho en la pared. —Te mostraré su habitación mañana —dijo, refiriéndose a Martina—. Está intacta desde que murió. Nadie entra. Pero tú deberías verla. Entender a quién reemplazas… —No la reemplazo —interrumpió Chiara, tranquila pero firme—. Estoy empezando algo nuevo. Y si voy a vivir aquí, será como yo misma. Adriano la miró. Largo. Como si midiera el alcance de esas palabras. Y entonces, por primera vez, sonrió sin ironía. —Mañana, entonces. Chiara salió del estudio poco después. Al cerrar la puerta, no pudo evitar apoyar la espalda contra la madera y cerrar los ojos. El pasado estaba vivo en esa casa. Pero también… algo nuevo comenzaba a despertar. Y ella no iba a ser una sombra más.