Casi regresaban a casa.
El mar calmado parecía despedirlos con nostalgia, y la brisa salada arrastraba consigo los últimos vestigios de un viaje que había sido mucho más que una escapada. En el regazo del yate que los llevaba de vuelta a la mansión, Chiara miraba el horizonte con expresión distante. En sus manos, el diario de Martina, abierto por la mitad, parecía pesar más que cualquier maleta.
No había avanzado mucho en la lectura. Algunas páginas marcadas con notas y garabatos, otras escritas con una pulcritud casi obsesiva. Aun así, con ese poco, sentía que empezaba a conocerla. Martina ya no era solo un nombre repetido en los murmullos de la casa o una sombra del pasado de Adriano. Era alguien real. Alguien complejo. Y lo más extraño de todo, alguien que había sido amiga de Adalberto. Esa conexión le resultaba desconcertante.
Los días en la isla habían sido maravillosos, irreales incluso. Adriano se había mostrado atento, dulce, con ese tipo de calidez que hacía que el tiempo se