La noche había caído sobre la isla con una delicadeza casi poética. La luna llena se asomaba entre las nubes, lanzando su reflejo plateado sobre las olas tranquilas. El sonido del mar golpeando suavemente la orilla acompañaba la sinfonía de grillos y hojas agitadas por la brisa. Todo parecía diseñado para que la noche hablara con otros lenguajes: los del deseo, los silencios compartidos y las verdades que no se dicen en voz alta.
Chiara caminaba descalza por el balcón de la habitación, una bata ligera cubriéndole los hombros. A pesar de la belleza que la rodeaba, su mente aún cargaba el peso de lo leído, lo sentido, lo recordado. Martina, los secretos, Adriano… todo giraba en su interior como una danza lenta pero insistente.
Escuchó la puerta abrirse detrás de ella. No se volvió. Ya sabía que era él.
—¿En qué piensas, amore mio? —su voz grave la envolvió con suavidad, como una caricia invisible.
—En ti —respondió sin mirarlo, observando el horizonte—. En lo que somos... en lo que fuim