CUMPLE CON TU DEBER DE ESPOSA

Aquella noche, después de la cena improvisada, el silencio se adueñó de la cabaña. Alexandra recogía los platos mientras Gabriel encendía una lámpara de mesa que bañaba todo con una luz cálida. Cuando por fin ambos se miraron, el problema inevitable salió a flote: solo había una cama.

—Ni lo sueñes —dijo Alexandra, señalando con el dedo la habitación—. Esa cama es mía.

Gabriel arqueó una ceja, cruzándose de brazos.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué tendría que cederte el trono de inmediato?

—Porque yo soy la mujer —respondió ella con firmeza, aunque sabía que sonaba un poco infantil.

Él rió con suavidad, divertido por su tono.

—Error. Justamente por eso deberías dejar que yo duerma en la cama. Caballerosidad, ¿recuerdas?

—¡Ja! No manipules con eso —replicó Alexandra, apoyándose en el marco de la puerta—. Además, si hablamos de lógica, yo cociné y lavé los platos. Creo que me gané el derecho.

Gabriel la observó en silencio unos segundos, ladeando la cabeza con un gesto calculador.

—Entonces propo
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