Mundo ficciónIniciar sesiónGabriel soltó una risa grave, disfrutando más de lo que debería del reto que ella representaba.
— ¿A dónde iremos? — preguntó, sin apartar la vista de la ventana.
Gabriel sonrió de medio lado, como si hubiera estado esperando ese momento. Apagó la pantalla del teléfono y giró apenas la cabeza para observarla.
— A Freeport. — respondió con una calma peligrosa.
Alexandra lo miró por primera vez en todo el vuelo, frunciendo el ceño.
— ¿Freeport? Nunca escuché de ese lugar.
— Es una ciudad en la costa de Maine. — dijo él, encogiéndose de hombros, como si hablara de un destino turístico cualquiera. — Un sitio tranquilo, apartado… donde nadie hace demasiadas preguntas.
Ella lo escrutó con desconfianza.
— ¿Y por qué vamos allá?
Gabriel apoyó un codo en el reposabrazos, inclinándose un poco hacia ella.
— Mi trabajo, ya te lo dije. — Gabriel se encoge de hombros.
— ¿En qué trabajas?
Gabriel le sostiene la mirada y suelta un suspiro.
— Soy el gerente de un centro de entretenimiento ¿Feliz?
— ¿Qué clase de entretenimiento?
Alexandra entrecerró los ojos.
— ¿Un centro de entretenimiento? Eso puede ser cualquier cosa. ¿Hablas de un cine, de un parque de diversiones… o de algo menos… convencional?Gabriel esbozó una sonrisa ladeada, oscura y burlona.
— Te encanta complicarlo todo.— Me encanta saber con quién estoy casada — replicó ella con dureza.
Él inclinó la cabeza hacia un lado, observándola con un brillo extraño en los ojos.
— Qué curiosa te pones cuando estás a miles de metros sobre el suelo, sin escapatoria.Alexandra tragó saliva, incómoda.
— Eso no responde a mi pregunta.Gabriel se encogió de hombros y volvió a reclinarse en el asiento.
— Pronto lo sabrás, princesita de cristal. No seas tan impaciente.
El silencio volvió a instalarse entre los dos, pesado y denso. Alexandra se removió en su asiento, cruzando los brazos.
— Odio cuando me llamas así.— No tienes otra opción, así te bautice y así quedarás.
— Puedes decirme Alex o Alexa , también Lexa, mis amigos suelen decirme Lexa.
— Pero yo no soy un amigo tuyo, así que te dire “Princesita de cristal”
Alexandra colocó los ojos en blanco y volvió a mirar por la ventana, mientras que veía de reojo como Gabriel se mofaba de ella.
Una hora después el avión aterrizó en un hangar privado.
El motor se apagó y, tras descender por la escalerilla metálica, el contraste entre la elegancia del jet y lo que los esperaba abajo fue abrumador.
Una camioneta negra, desgastada, con la pintura opaca, abolladuras en las puertas y un espejo colgando de un lado, aguardaba como un perro callejero a su dueño.
— ¿Nos iremos en eso? — Alexandra arqueó una ceja, con un deje de burla y desdén, señalando la camioneta.
Gabriel soltó una risa baja, cargando con las maletas como si no pesaran nada.
— Esa es Black Betty, y sí… nos llevará a nuestro destino.— ¿Black Betty? — Alexandra frunció el ceño, casi ofendida. — ¿En serio le pusiste nombre a ese… chatarra?
— No es chatarra. — Gabriel se detuvo frente a la camioneta y le dio una palmada al capó, como quien acaricia a un viejo amigo. — Esta belleza me ha salvado más veces de las que podrías imaginar.
Alexandra cruzó los brazos.
— Yo pensaba que siendo tan “misterioso” y con tanto dinero como dices tener, al menos tendrías un Cadillac o algo que no me diera miedo subirme.Gabriel se giró hacia ella con media sonrisa torcida.
— El Cadillac llama demasiado la atención. Betty, en cambio, es como yo: nadie sospecha de lo que realmente puede hacer.— Qué poético. — Alexandra rodó los ojos, aunque en el fondo una punzada de inseguridad la hizo apretar su bolso contra el pecho.
Gabriel abrió la puerta del copiloto y le hizo un gesto.
— Vamos, princesita de cristal. Tenemos que llegar lo antes posible.— ¿Y si se queda botada a medio camino? — replicó ella, observando el interior tapizado con cuero rajado y un tablero lleno de marcas de uso.
— Entonces caminaremos. — contestó él con un guiño, encogiéndose de hombros. — Pero no te preocupes, Betty nunca me ha fallado.
Alexandra bufó, murmurando entre dientes.
— Eso dices tú…Finalmente, y con una mezcla de inseguridad y resignación, subió al asiento.
El olor a gasolina y cuero viejo la envolvió de inmediato, haciéndola arrugar la nariz. Gabriel cerró la puerta tras ella y rodeó el auto para ponerse al volante.
Antes de arrancar, la miró de reojo.
— Te prometo que no te arrepentirás. Betty tiene más corazón que cualquiera de esos autos de lujo que tanto te gustan.— Ya veremos… — respondió Alexandra con voz seca, aunque en realidad lo que más le inquietaba no era la camioneta, sino el hecho de que aún no sabía a dónde demonios la estaba llevando su esposo.







