Las sospechas de Desz habían resultado ser ciertas. Ratszendach no sólo ya había estado en la zona a la que llegaron, tenía incluso una casona preparada para ellos. Era mucho más grande que la anterior y supuso lo que aquello significaría.
—Furr, muchacho. Llévame al mercado. Conseguiré unas siervas que me hagan rejuvenecer con sus suaves manos —ordenó Ratszendach subiendo a la carreta.
Furr miró a Desz.
—No gruñas —le dijo éste, palmeándole el hombro.
Sin muchas ganas, y menos aún oportunidades para protestar, Furr condujo la carreta por donde se le ordenó. Se mordió la lengua gran parte del viaje para no contestar a las sandeces que le decía Ratszendach. Oía en su cabeza la voz de Desz. "No lo dejes provocarte". Siempre le decía lo mismo y él siempre lo olvidaba.
—Buscaremos algún comerciante de esclavos. Quiero una esclava sumisa y silenciosa. Si no tiene lengua, mejor aún.
Las risas del señor fueron acompañadas por los gruñidos de Furr. Se alegró de que Desz no estuviera cerc