Con paso firme, Elizabeth entró al bar junto a La Pluma. Xavier, en su oficina, los vio a través de las cámaras de seguridad y frunció el ceño. Se levantó de inmediato, extrañado, y salió al salón principal.
Por un instante, sintió un fugaz latido de celos, pero al reconocer al hombre a su lado —el mismo luchador que Elizabeth había ayudado tiempo atrás— su expresión cambió a una un tanto sombría y desconfiada.
—¡Xavier! —lo saludó Elizabeth con un beso ligero en la mejilla.
—Cariño, pensé que hoy no vendrías —respondió él, marcando territorio de inmediato. La rodeó con los brazos y la besó con fuerza, mirando fijamente a La Pluma, como si le estuviera lanzando una advertencia silenciosa. El gesto lo confundió, ¿Xavier estaba celoso?
—Tuve que venir por una emergencia de última hora —explicó Elizabeth en voz baja, mirándolo con una súplica en los ojos que él supo descifrar al instante.
—Dime, ¿qué sucede?
—¿Recuerdas a La Pluma? —preguntó señalando al hombre. Xavier asintió con seried