UN ATENTADO.
Xavier se vistió a toda prisa y apenas le rozó los labios con un beso.
—Tengo que irme, cariño. Trataré de volver esta noche —dijo con una sonrisa suave, pero Elizabeth ya estaba contrariada.
—¿A dónde vas? —preguntó con los brazos cruzados—. Vas a dar la lección, ¿verdad? —su voz se quebró un instante.
Él solo asintió, restándole importancia.
—Nos vemos, amor. No te preocupes por nada. Ya te dije que será algo pequeño —intentó besarla otra vez, pero Elizabeth giró el rostro, dejando que el beso cayera en su mejilla.
Minutos después, Xavier estaba en una habitación de un hotel lujoso frente a la comisaría, acompañado de Marcell y Dante. Desde allí, vigilaban cada movimiento. Todo estaba listo. Lo que Elizabeth creía un simple ajuste de cuentas, en realidad, sería una explosión monumental.
Xavier no despegaba la mirada de la ventana. Observaba a la gente desde lo alto, moverse como hormigas apresuradas entre la rutina. Los empleados iban y venían con prisa, con ese aire de falsa impo