Elizabeth sacudió la cabeza, aturdida. Las palabras de Marcos eran como dagas: punzantes, letales. Su primer pensamiento fue si Xavier estaría involucrado en todo eso… sí lo sabía.
—Ven, por aquí —dijo Marcos, conduciéndola por un pasillo más estrecho y silencioso que el resto.
Al final del corredor, una puerta pequeña con un teclado numérico bloqueaba el paso. Marcos digitó una combinación, y la puerta se abrió con un leve clic metálico.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Elizabeth al entrar. Lo que vio la dejó paralizada: un grupo de personas permanecía en completo silencio, en marcado contraste con el bullicio de la sala de subastas principal.
Marcos la guio hasta una esquina de la sala y la invitó a sentarse. Se inclinó hacia su oído y le susurró con voz baja.
—Cada una de esas pinturas al óleo que ves ahí tiene un código oculto. Esos códigos representan órganos. Cada obra corresponde a la subasta secreta de un órgano humano diferente.
—¿Qué…? —Elizabeth sintió que las manos le tembla