El hombre misterioso no apartaba la mirada del pecho de Elizabeth. Su atención estaba clavada en el collar, como si su alma estuviera atrapada en esa joya. Entonces, ella, con el corazón encogido como tantas veces, tomó a Xavier del brazo y lo hizo a un lado. Lo miró directo a los ojos, con esa expresión suplicante que él nunca podía resistir.
—Cariño, ya hemos hablado de esto… ¿recuerdas lo que te dije?
—Sí, Xavier, pero ese collar significa demasiado para él. Es un recuerdo familiar —respondió ella, con los ojos brillando de compasión.
—Elizabeth, pagué una fortuna por ese collar. Fue un regalo para ti. No siempre podemos resolverle la vida a todo el mundo.
—Te lo advertí, amor. Ayudaré a quien pueda —replicó ella con firmeza.
Él la observó por un segundo, suspiró y luego se inclinó para besarla con ternura en la frente.
—Está bien, cariño. Al final, fue un regalo. Tú decides qué hacer con él.
Elizabeth sonrió, emocionada, y sin dudarlo se quitó el collar del cuello. Se acercó al ho